Nos reencontramos con Guillem Roma para hablar sobre su nuevo trabajo Postureo Real, su quinto álbum, donde nos trae nuevos temas para hacernos reflexionar y alegrar nuestros días con su música.
Respecto a cómo está viviendo este proceso con este “quinto hijo”, se asusta al pensar en todo lo que lleva ya detrás, pero destaca que siempre es una novedad porque las canciones son nuevas y el público las recibe muy bien, lo que le resulta muy emocionante. Ha disfrutado tanto el proceso antes de que saliera que ya lo sentía como un regalo, así que ahora todo lo que venga es añadido. Considera que ya es un premio y que los conciertos y las sensaciones del público son la guinda final.
Si tuviese que rescatar para otros trabajos algún elemento de este álbum, indica que tenía ganas de recuperar la voz y la guitarra como eje central de la producción sonora. Su mayor reto fue vivir todo el proceso de forma tranquila, porque suele haber presiones de tiempos, cambios y elementos externos que te alejan de la música en sí. Para él, la música es una materia prima muy sensible que merece cariño y dedicación. Se propuso trabajar con un equipo que mimara cada parte y poder dedicarle el tiempo necesario, y lo ha conseguido. A partir de ahí siente que ahora lo vive con más firmeza y autenticidad.
En cuanto al equipo, con los años ha ido haciendo su camino y viendo cómo se sostiene mejor todo con el tiempo, aunque a veces haya que cambiar piezas del mecanismo. Quiere que todo el que esté ame la música que hace y esté porque realmente le gusta, ya que eso se nota inevitablemente en el resultado final. A veces el mundo de la música puede ser hostil y sin ese cariño afecta al proceso. Él hace música para disfrutarla: de otro modo no tendría sentido. En cada canción deja parte de su alma y de lo que quiere contar; le sirven de flotador en un mundo que va rapidísimo con las redes y todo lo que lo rodea. La música es un ancla demasiado seria como para pasarlo mal también con ella. Ahora toca compartirla con el público.
Sobre el tema más complejo del disco, señala que todo fue fluido, aunque algunas canciones tienen una personalidad especial. Destaca “Inteligencia Artificial”, un tema que habla del amor entre dos inteligencias artificiales. Surgió a raíz de una noticia de 2017 en la que se contaba que dos IA desarrollaron un lenguaje ininteligible y fueron desconectadas. Él inventó la leyenda de que realmente se estaban enamorando y creó un bolero clásico con producción moderna, buscando un equilibrio vintage y actual. Resalta que siempre es un reto encontrar el punto adecuado.
Para él, cada canción tiene su complejidad, pero algunas son más representativas del sonido general, y esta marcó ese equilibrio de “alma vieja” y sonido nuevo. Para empezar el día con energía elige “Qué bien se está”, un chute de optimismo necesario: habla de cuando estás bien sin querer más, aunque la sociedad te empuje a desear cosas constantemente y a compararte. A veces hay que frenar y recordarse quién es una y de dónde viene. De ahí también nace el título del disco: el diálogo entre lo superficial y lo que realmente tiene valor.
En cuanto a su plan perfecto, le gusta parar para pasear o conectar con la naturaleza, aunque solo dos o tres días porque también le encanta el ajetreo. Los días de concierto para él son ideales: compartir tiempo con sus músicos, conocer lugares nuevos y encontrarse con mucha gente.
Sobre los lugares donde compone, explica que la inspiración le llega en momentos aleatorios. De repente le viene algo, coge la guitarra, sale una idea y la graba en el móvil. Le inspiran más los momentos libres, espontáneos e incontrolables que cuando se lo propone de forma rígida.
En cuanto a lugares para recomendarnos, en el disco tiene una canción que se llama “Un Lloc”, donde habla de un pueblo pequeño de Cataluña, de unos trescientos habitantes, donde creció entre bosque verde y montañas. En Barcelona le encanta Montjuïc, porque siempre descubre rincones nuevos y disfruta de ese punto laberíntico lleno de lugares agradables.
Como petición de lugar para viajar, siempre tiene en mente Ciudad de México. Vivió allí tres años y conserva una conexión muy especial: tiene antojo de volver, pasear y comer tacos.
Sobre la pandemia cuenta que, aunque a nivel social y sanitario fue un desastre, a nivel personal a veces extraña cómo se paró todo y la calma que trajo. Dice que esa energía de hogar la vivió positivamente, aunque reconoce que se alargó demasiado y que los músicos lo pasaron muy mal sin poder tocar. Aun así, cree que no todo lo sucedido debe desecharse.
En cuanto a sus últimos descubrimientos musicales menciona a su amiga Valeria Castro, por la dulzura y el mimo con los que hace todo. Si tuviese que elegir una banda sonora para su vida, escogería algo clásico: le encanta el jazz de Louis Armstrong o Ella Fitzgerald, con ese espíritu de los años veinte y treinta.
Si asistiera como espectador a uno de sus conciertos, cree que son conciertos para salir con una sonrisa. Hay reflexión, pero también buen rollo y sensación de bienestar: aunque entres triste, sales mejor. Sus conciertos favoritos han sido los pequeños y especiales: uno en una barca, otro en una cueva con muy pocas personas, o aquel en una montaña tocando sobre un tractor entre la paja. No son grandes escenarios, pero sí momentos inolvidables que le encantaría repetir.
Como artistas que tiene pendientes de ver en directo sigue mucho a Jorge Drexler, Silvana Estrada o Residente. Su gusto es muy ecléctico y siempre está atento a lo nuevo que va saliendo.
Para terminar, deja como reto constante seguir aprendiendo con calidad en cada paso, sin ir tan rápido que pasemos por encima de cosas importantes. Quiere darles el tiempo y el espacio suficiente para sentirlas bien. No dejaremos de seguirle la pista en todo lo que venga.
Esther Soledad Esteban Castillo
