Entrevista a Dyango y crónica de su concierto en Madrid en el teatro Nuevo Apolo


Dyango en concierto


Dyango

Dyango: despedida en Madrid y una vida entera cantándole al amor

Dyango, leyenda de nuestra música, se despidió de Madrid con un concierto emocionante en el Teatro Nuevo Apolo. Sonó la fuerza de siempre y una melancolía inevitable: el adiós a los tours tras cincuenta años de carrera. Presentó temas de su último álbum, Italianísimo, y enlazó fragmentos de éxitos, con un bloque dedicado al tango. La sala, llena hasta la bandera, vivió la entrega de un público que celebró su legado. Entre los asistentes y amigos estuvieron, entre otros, Danny Daniel y Rafa Gil.

“Corazón mágico”, “Esa mujer”, “¿A dónde vas, amor?”… canciones que hoy podrían cantarle a la música misma. Días antes del concierto, conversé con él sobre su despedida de los escenarios, su formación musical y una vida unida al amor y a la canción.

Entrevista

—Lo primero: su concierto en Madrid. Imagino que deseando que llegara la fecha…
Bueno, por suerte no paro de dar conciertos, pero este será el último que dé en Madrid. Aquí he cantado muchísimo y tengo muy buenos amigos.

—Feliz 50 aniversario con la música.
Son cincuenta años, sí. Ya es hora de decir adiós a los escenarios, pero no a la música: no sabría hacer otra cosa. Llega un momento en que, después de tantos viajes y aviones, uno piensa: “Se estaría bien en casa”. Hay que descansar y pensar un poco en uno y en la familia. Compras una casa que te gusta y casi no la disfrutas; un barquito… y se hace viejo sin salir. Los años pasan para todos.

—Su amor a la música viene de lejos: conservatorio de Barcelona…
Sí. Fui de los pocos que estudiaron toda la carrera: violín, trompeta, armonía, solfeo, teoría… Todo lo concerniente a la música. Luego hice de cantante, que lo llevaba en el alma, y lo otro lo aprendí. Fui buen trompetista y violinista más bien mediocre.

—¿Hubo algún instrumento más que le tentara?
Antes, para ser músico había que doblar instrumentos. Ojalá me hubieran insistido con el piano: es perfecto para todo, incluso para acompañarme. Aun así, estoy orgulloso de la trompeta y el violín; son difíciles. En los de viento, si no estás encima, pierdes labio; retomas y cada vez cuesta más. Y el violín… diez horas diarias para ser instrumentista de sinfónica, tan duro como cualquier carrera y poco reconocido. La música alimenta el espíritu, y los músicos merecen más.

—Sin música, cuesta vivir…
No se podría. Imagínate no escuchar nunca lo que te gusta—siempre que tenga cara y ojos, no vaya a ser un reguetón (ríe). La música es jazz, clásica, melódica… que te llene el espíritu. He llorado escuchando un saxofón sin una sola palabra. Es una locura lo que puede hacerte sentir.

—¿Qué canciones han puesto banda sonora a su vida?
He cantado tangos, boleros, rancheras… siempre melódico y al amor. He compartido con compañeros entrañables; algunos ya no están. A Rocío Jurado, por ejemplo, siempre dijimos de hacer algo como con Rocío Dúrcal, pero no llegamos a tiempo. Eso sí, le regalé un cuadro.

—Después de cantarle tanto al amor: ¿cómo lo define?
Para mí, amor y música van de la mano. Son las dos cosas más hermosas que Dios nos ha dado. Me paran y me dicen: “Con su canción conocí a mi esposa” o “con esa canción nació mi hijo”. Eso es un orgullo tremendo que te regala la música.

—Entre las amistades que le marcó, Roberto “Polaco” Goyeneche.
Sí. Aquí no se le conocía tanto porque el tango llevaba años fuera del foco, pero en su historia fue el mejor. Nunca hubo alguien que dijera tanto con una canción así. No sabía música, tenía poca voz y áspera… y abría la boca y cantaba como los dioses. Era muy amigo mío y muy querido en el mundo del tango.

—¿Le quedó alguna colaboración pendiente? ¿Haría una con artistas actuales?
He hecho muchas. Siempre que alguien me cayó bien, aunque no fuera popular, dije que sí. Si un chico que empieza me lo pide y me cae bien, ¿por qué no?

—De sus giras: ¿alguna ciudad especial?
Amo América. Buenos Aires es el romanticismo hecho ciudad: añoranza, nostalgia… Sin tranvía, lo oyes pasar. Quedaron tramos de vías; es precioso. Madrid tiene rincones muy parecidos. Santiago de Chile es una belleza más nueva, otra de mis locuras. Soy del Barça, y en Chile de “la U”; llevo su insignia en el llavero.

—La pintura es otra parte suya.
No es una afición: es parte artística de Dyango. Pinto desde hace años y, como en la música, cada vez mejor. Lo de antes ya no me parece tan bien; intento avanzar. La pintura está difícil: antes hacía exposiciones, ahora no me apetece tanto. En crisis, la gente compra menos arte. Aun así, sigo pintando; en casa tengo estudio de pintura y de grabación, también para mis hijos. Y tengo a Teño.

—¿Un consejo para quienes quieren seguir sus pasos?
Que canten. Que no quieran “ser alguien” en la música: la música primero es para amarla y escucharla. Si luego tienes la virtud de hacerla, hazla; no hace falta que te escuchen. Si además te escuchan y, con el tiempo, triunfas: bendición. Pero primero, amor por la música.

Esther Soledad Esteban Castillo

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