Laura Toledo: “Pepita no es una víctima, es una superviviente. Me ha enseñado a mirar con honestidad”

Laura Toledo vuelve a encarnar a Pepita y rescata, con una verdad estremecedora, la memoria de La voz dormida.
Amor, dolor y resistencia se entrelazan en este monólogo que obliga a recordar.
Charlamos con Laura para conocer su proceso y sumergirnos en la obra.
—¿Qué tal te sientes con el regreso a La voz dormida?
Me siento muy agradecida porque era un gran riesgo: desde elegir la obra y el título hasta la propuesta en forma de monólogo.
Era complicado hacer una adaptación para que la gente que no conoce la historia la entienda, porque hay muchas voces.
Mi primera pregunta era saber si se comprendía la obra; en los coloquios lo comprobé.
La gente sale muy emocionada, tanto el público como la profesión, que siempre mira más allá.
—La obra es compleja por los cambios de tiempo y todos los personajes de los que habla…
Estamos todo el rato del presente al pasado. Contamos la historia de Pepita ya mayor, que se va a casar, y recuerda su juventud; y volvemos al presente.
Pepita no tiene descanso; hace un viaje que pasa por muchos estados al mismo tiempo y al actor tampoco le da tiempo en las transiciones:
tienes que confiar mucho en el trabajo y la transición ya tiene que estar dentro.
—¿Cómo te has preparado para este personaje?
Como es una historia real, he intentado ser muy honesta y humilde para respetarla. Quitarme de en medio para que se vea lo importante: el personaje, la mujer de la época…
Hay un contexto histórico importante. Luego he investigado, probado, comprendido… he llorado mucho.
El director me decía que era insostenible, pero no podía soportarlo y no sé cómo lo hacía ella.
Pepita siempre tiraba hacia adelante; la fuerza del amor y de su chico la sostenía.
No es una víctima, es una superviviente, y fue duro.
Es una función que exige mucha concentración y preparación antes de empezar. Estoy sola en escena.
Intento separar, porque si me afectase todo lo que lleva Pepita acabaría en el manicomio.
Es un oficio que se entrena.
—¿Hay algo tuyo de Pepita y qué te llevarías de ella?
Algo mío tiene que tener, porque nace de mí; pero me ha aportado más ella a mí.
En un encuentro con el público pensé en sus valores: entrega, generosidad, altruismo… su honestidad y humildad.
La miro y quiero ser como ella. Me ha enseñado mucho como Laura y como profesional.
Quiero tener su valentía, no parar y seguir hacia adelante como hace ella.
—¿Qué momento es el más especial que has vivido con la función?
La gozo y me encanta. Si tuviera que quedarme con algo: los encuentros con Paulino, su chico, me hacen mucha gracia.
También los momentos con Hortensia, cuando le hablo a la máquina, que ya es casi como hablar con mi madre.
Y un monólogo que adoro es cuando le digo a doña Celia que se me acabó la paciencia:
“Yo no soy ni de uno ni de otro, yo soy de los demás”. Le habla con dolor y le dice que no cree en ningún partido;
que se adapta al partido para sentirse más segura.

—¿Algún momento a resaltar vivido con el público?
Hicimos una función en Córdoba —de donde es Pepita—. Visité su residencia, conocí a sus amigas y a las monjitas que la cuidaron.
Fue una función mágica: iba nutrida por todo lo que me contaron. Fui a su lugar preferido, a donde murió…
En el encuentro, una señora muy emocionada me dijo que estaba agradecida porque le había devuelto a Pepita.
No sabía si había perdido la cabeza o si estaba allí Pepita; era su sobrina y decía que hablaba y me movía como ella.
Estuvo con Pepita todo el tiempo y, junto a las monjitas, estaban desbordadas: me abrazaban, me cogían…
Inma Chacón —hermana de Dulce Chacón— y su hija también me dijeron que, al mirarme, veían a Pepita.
Otro señor me contó que había estado toda la función en tensión y le dolía el cuello;
otro, que estuvo a punto de salirse porque no soportaba todo lo que vio.
Lo creía tanto que ya no sabía si era real.
—¿Hubieses añadido algo del libro o la película a la función?
En la adaptación también estuve con la adaptadora. Yo quería poner todo y ella era quien ponía orden a mi desorden,
porque no se podía contar todo.
No echo nada en falta. Ahora la historia está clara, concreta, concisa y con lo más importante que ha vivido.
Podrían añadirse cosas, pero lo esencial está para comprender lo que vivió ella y tantas mujeres presentes en la función.
—Si estuvieses invitada a conversar con Pepita, ¿cómo sería ese encuentro?
Al principio me quedaría bloqueada: querría preguntar de todo.
Le estaría eternamente agradecida, porque de su historia aprendo yo y aprenden muchas mujeres.
Le preguntaría cómo era amar sin tener a la persona, sin casi haberla besado o tocado;
ese amor en su cabeza, de un momento y tan verdadero.
No era una fantasía, pero ¿cómo podía soportarlo?
—¿Qué consejo le darías a Pepita?
Pepita es así y no quisiera modificarla. Se lo permitiría todo, porque todo lo hace desde el corazón y el amor profundo.
Si algo no lo compartiera, se lo permitiría igual: a ella hay que quererla como es.
Hay una frase al final que dice que esos manifiestos nos ponen a todos en peligro pidiendo que se levante la muerte,
que no es más que el castigo para los que estamos aquí, pero que la pena es para los que se mueren…
y se permite porque es Pepita.
Nunca actúa con maldad; no es su naturaleza. Viene de un lugar honesto y bueno.
Tendrá sus cosas como todos, pero la quiero así.
—¿Dónde te gustaría llevar La voz dormida?
Me gustaría ir a Barcelona, porque en esta función contamos que, con todo lo vivido y con tantos bandos,
hay un momento en el que hay que parar y no desunirnos, sino unirnos.
Quiero plasmar esa idea de unión, porque ahí está la fuerza.
Y no solo en Barcelona: en el mundo entero.
¿Por qué vivir tan desunidos en vez de hacer un mundo mejor?
—Has hecho muchos musicales. ¿A qué musical te llevarías a Pepita?
Sería muy gracioso. Si La voz dormida fuera musical…
Al principio quería meter ocho temas, pero vimos que no aportaba y la historia es como es.
Un musical pasaría por alto lo esencial.
Si me la llevara, sería a uno divertido donde se lo pasara muy bien y desconectara de lo malo.
Aquí hay momentitos de canción que le dan un respiro.
—¿Cuál ha sido la banda sonora de tu vida?
Escucho música muy variada. Me gusta mucho el flamenco: Malú, Pastora Soler, Alejandro Sanz…
Todo lo aflamencado me encanta, pero también el pop y el rock.
Whitney Houston, Queen, Barbra Streisand…
Me crié con Nino Bravo, que cantaba mi padre, y con Marisol, a quien siempre imitaba.
Cuando la escucho me recuerda a mi infancia.
Quería ser como ella y la imitaba mucho.

—¿Qué es lo que más te emociona en una historia como actriz y como espectadora?
Me gusta que me cuenten historias reales o ficciones que nazcan de algo concreto; me interesa lo social, la reflexión, la crítica.
Me gustan los dramaturgos que se ponen concretos con cosas que han pasado o pasan.
También disfruto con las películas de acción o fantasía.
Ya no quiero que me vendan humo: quiero historias que cuenten algo y me hagan modificarme y recapacitar.
—¿Cómo crees que ha cambiado la industria?
Está complicada. Cada vez somos más y hay menos trabajo, aunque parezca que se ve la luz.
Esto es un oficio y veo menos respeto.
Subirse a un escenario requiere mucha preparación; un escenario o un set es un templo donde debe haber respeto.
Creo que se descuida y me entristece, porque hay gente muy preparada en el sofá de su casa sin trabajar.
Parece que cambia algo: hay más personajes femeninos, porque la mujer tiene mucho que aportar y contar.
Cansa ver historias de hombres con mujeres sumisas y calladas.
Hay que contar la historia de todas las mujeres.
Va cambiando poco a poco y por eso también me animé a hacer La voz dormida:
para mostrar cómo vivió la mujer la guerra.
—¿Qué le dirías a la Laura de los comienzos si pudieras mandarle un mensaje?
Me diría: “¡Menos mal, amiga, que has avanzado!”. Me siento satisfecha.
Al comenzar no tenía idea; ahora sigo sin tenerla (ríe),
pero la necesidad vital de contar historias sigue a flor de piel.
El mundo del arte o lo llevas dentro o es difícil entenderlo.
No trabajas por dinero —trabajas para vivir—; trabajas porque quieres y tienes esa pasión.
Lo primero es qué quieres contar.
Esa cosa de niña, de hacer las cosas porque quieres, sigue ahí.
Ese juego no lo he perdido; siempre quiero jugar más.
—¿Un lugar de Sevilla y otro de Madrid que recomiendes?
De mi pueblo, Alcalá de Guadaíra: el castillo grande aún se conserva; la gente vivía en cuevas y algunas siguen.
Han abierto un restaurante, casitas…
Vas subiendo y, arriba, ves todo el pueblo, el río, los molinos.
Allí se criaron mis abuelos y mi madre.
Es muy hermoso, un lugar para quedarse y observar.
En Madrid me gusta ir al Retiro y respirar naturaleza.
—¿Un momento que viviste en 2018 y que quieras repetir en 2019?
El nacimiento de mi sobrino. Quizás eso captaría: una vida nueva.
No soy de pedir mucho: siempre pido salud para la familia y poder seguir contando historias, que es un regalo.
