
Entrar en La Posada del León de Oro es entrar en un pedacito eterno de Madrid y de su historia, un lugar que ha permanecido a lo largo del tiempo viendo sus historias, conociendo a sus ciudadanos y a todos los visitantes que han ido pasando por Madrid, y años después todo sigue conservando su ambiente acogedor y todo gira en una parte muy importante del mundo y por supuesto de Madrid: la gastronomía. Aquí tenemos varios
manjares para pedir en su carta, pero sus especialidades son el cocido madrileño y el cochinillo, junto a sus más de trescientos tipos de vino diferentes para hacer el maridaje perfecto para cada ocasión. También mencionar que al lado de esta posada, tenemos la Posada del Dragón, con una buena historia a sus espaldas también.
De nuevo este establecimiento ha vuelto a abrirse, conservando el encanto del castizo Madrid de las Cavas. En sus suelos aún se pueden apreciar resquicios de la vetusta muralla medieval y si usamos la imaginación, podríamos vernos envueltos en sus tiempos memorables escuchando a sus carruajes pasar, o bien soñar con todas estas aventuras que vivirían en una de sus habitaciones.
En esta ocasión pudimos degustar su cocido madrileño con un vino de la casa también madrileño, enmarcado también en la Ruta del Cocido. Servido también en tres vuelcos, vino precedido por un mini-aperitivo de vieira en salsa de piquillo y con los primeros sacramentos: tomate, ajo y aceite y guindillas con pepinillos y cebollitas.


Lo que más destacaría del cocido es su presentación, muy correcta y a la altura del sitio donde se encuentra. Primeramente empezamos con la sopa, servida en un cuenquito de barro. Muy caliente como debe de ser y sabrosa, quizás su única pega fue que tenía demasiado caldo para la cantidad de fideos que llevaba y que quizás deberían dejar la sopera encima de la mesa para los comensales que demanden una cantidad mayor y quizás sientan más «corte» o vergüenza por pedir más, eso sí, se puede repetir siempre que lo solicites.

Después vinieron los garbanzos servidos también en otro cuenco de barro, en una cantidad justa para guardar espacio y estómago para terminar con el tercer vuelco. Los garbanzos son suaves y con un sabor muy agradable, lo único que a los que os guste la comida un poco más salada o sabrosa, quizás queráis usar uno de los sacramentos o debáis usar más sal.


Por último, vino el último vuelco, donde pudimos encontrar repollo, pollo, chorizo, morcilla y tocino entrevelado con jamón, destacando de todo ello la morcilla.

Para terminar, tomamos una deliciosa torrija casera con helado de canela, y os informamos de que en esta posada hacen torrijas durante todo el año, por lo que si os gusta este manjar aquí siempre podréis degustarlas. Es difícil describirla, pero os diremos que estaba simplemente exquisita y que fue el remate perfecto junto a un también destacable café con leche (el mejor de la zona de La Latina) de esta experiencia gastronómica.

Ya sabéis, si queréis un lugar representativo de Madrid y de calidad, esta es una gran propuesta.
Esther Soledad Esteban, Madrid

