Entrevista a Iker Lastra por “El lenguaje de tus ojos o el príncipe travestido”

ENTREVISTA A IKER LASTRA


Iker Lastra

Con el estreno en Madrid de El lenguaje de tus ojos o el príncipe travestido en Naves del Español–Matadero, conversé con Iker Lastra, “el príncipe” de la función. Entre risas y reflexión, hablamos de cómo se preparó el papel, de lo que le inspiró y de los temas de fondo que atraviesan el montaje: poder, identidad, deseo, disciplina y equipo.

—¿Qué te impulsó a unirte al proyecto?
El elenco, los compañeros y la historia. Cuando llegué al décimo folio vi que me interesaba de verdad y ahí me atrapó. En mi vida —por poca inteligencia, quizá— no miro primero el dinero, miro lo que me conmueve… aunque, lo confieso, estoy aprendiendo a que el dinero también me conmueva (risas).

—¿Qué te llamó del príncipe que interpretas?
Que aprende a través de la experiencia; y yo también. Entré porque era lo que me apetecía vivir. Sigo aprendiendo con él: asumir el origen al que perteneces, las leyes del poder, aceptar sin someterte… y después transformar. Si eres príncipe y no estás de acuerdo con lo que han hecho tu padre o tus hermanas, debes aceptar y comportarte según la sociedad… y luego intentar cambiar. Hace falta criterio, no impulsos viscerales. Eso queda para la intimidad. Si lo otro lo exhibes, acabas en “Sálvame”.

—¿Qué te ha enseñado el personaje en lo emocional?
Respeto y consideración hacia los demás, sin olvidar que lo más importante es lo que sientes. Hay algo común y algo individual. Yo aún estoy en esa fase.

—El título habla de sentidos. ¿Cómo dialoga la obra con esa idea?
Me gusta pensar “en cualquier sentido”: si eres ciego, buscas otros sentidos para conmoverte. Un maestro de arte dramático me dijo que un texto es “estructura para dar sentido a los sentidos”. Percibimos sensorialmente y, desde ahí, escribimos y actuamos. La obra nace de los sentidos. La vida también.

—¿Alguna anécdota de función o proceso?
Varias. Por ejemplo, cuando Amelia no podía venir y decía: “Quiero a todo el mundo de pie”… justo ese día sucedía (risas). Han pasado compañeros que por distintas circunstancias no siguen. No hemos tenido aún muchos bolos por la situación del país. Si tengo que quedarme con algo, es con ese tránsito de elenco: deja huella.

—¿Cómo definirías la dinámica del equipo?
Con Cristina Castaño estoy desde el principio. Se siente como una compañía de veinte o más personas, casi una comuna teatral. Quien entra, entra a fondo. Amelia propone vivir desde la verdad y ser conscientes de a qué venimos. Todos dejamos legado en los demás. Ella habla de pasiones y elige la de cada uno con claridad. Los técnicos son esenciales; su relación con los actores es de la misma entrega.

—¿Cómo trabaja Amelia como directora?
Sufrimos (risas). Da miedo porque es exigente. Viene de la zarzuela, conoce la música y trabaja desde la disciplina. Yo no he hecho ballet ni se me dan bien las matemáticas —que son meticulosas—, y con ella aprendes un montaje como si fueses a unas olimpiadas. Es Champions League.

—Has hecho alguna analogía futbolera…
Para mí, ella es como Mourinho. No sé en qué jugador me coloca; no sería Ronaldo. Me pondría más como Casillas o Sergio Ramos. Hablo de implicación y de lo simbólico, no de talento. Ella da importancia a símbolos y realidad: quien es rey, es rey para bien o para mal; quien puede vivir el amor, lo vive para bien o para mal. Nadie lo vive solo para bien o solo para mal.

—¿Qué temas atraviesan el montaje?
Hay una justicia de fondo: no somos iguales en estatus, pero sí en corazón e instintos. Sexo, amor, ambición y amistad están poderosamente presentes. Cada personaje podría encarnar un pecado capital o un eneagrama: miedo, avaricia, ira, envidia… Son piezas de ajedrez, pero el tablero aquí es semicircular: todo a 360 grados.

—¿Cuál ha sido tu escena más compleja?
Si la digo, me pongo una traba (sonríe). Prefiero pensar en el público. Mi favorita es soñar lo que se vive con los compañeros y con la gente.

—¿Cómo se siente el espíritu de grupo en este reparto?
Muy coral. En el montaje anterior éramos once, con tres protagonistas y mucha lucha por destacar. Aquí confías: te miras con el resto y sabes si está bien. Cada cual se responsabiliza de lo suyo; si tapas o te dejan tapar, has entrado en ese juego.

—Dejas caer una ética del oficio…
Creo que lo que siembras, recoges, ahora o en ocho años. Un director mexicano me dijo: “Nunca hables de ti; haz que los demás hablen bien de ti”. Eso se hace con acciones, dando lugar a que los otros sean felices y formen parte del mundo en que tú quieres estar. Saber qué quieres hacer contigo y qué quieres dar a los demás. La agresividad o la ira existen; la cuestión es si te dejas dominar por ese caballo.

—Actuar en Matadero, ¿cómo lo vives?
Aún no soy consciente. Es como jugar en el Bernabéu: salir al césped a una final de Champions. Los mundiales, para más adelante (risas). Hasta los entrenamientos importan: como entrenas, juegas. Venimos cada día a jugar el partido. No puedes estar frío. Es un aprendizaje.

—Si tuvieras que ponerle una canción a la obra…
Me llevaría a Juan Gea y a Cristina Castaño al karaoke a cantar “Lía”, de Ana Belén. Es muy femenina, habla de erotismo, tiene clase y algo muy español. Ana Belén y Víctor Manuel serían referentes para los príncipes de esta función.

—¿Próximos proyectos?
De momento, ninguno que anunciar. Me dejo llevar. Hago esto para que sucedan cosas —y sucederán—, pero ahora toca estar a tope con este equipo.

Esther Soledad Esteban Castillo

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