ENTREVISTA A RUTH GABRIEL
Nos reunimos con Ruth Gabriel para hablar sobre Una vida robada. Esta obra refleja en escena uno de los temas más actuales: los niños robados. Un tema escabroso y tremendamente complejo que Antonio Muñoz de Mesa presenta de forma delicada y transparente, con una historia muy interesante y con un elenco dispuesto a tocar tu corazón.
Ruth Gabriel lleva toda la vida sumergida en esta profesión y sus distintos proyectos han ido evolucionando con nosotros. Nos ha dejado, sin duda, momentos inolvidables. Con ella hablamos sobre su nueva obra teatral, sus proyectos futuros y también descubrimos su alma más sensible y verdadera, mostrada en nuestro encuentro.
Adelante con este repaso a la vida de Ruth Gabriel…
–Para comenzar, me gustaría preguntarte cómo te sientes en tu proyecto más actual: “Una vida robada”.
Ahora mismo es en el que estoy metiendo más carne en el asador. Dentro de unos días me voy a Lisboa a rodar la película Hielo, pero el teatro te pide una constancia de ir experimentando, cambiando, modificando el proceso… Es lo que tengo ahora más presente. Esta obra, desde el primer momento, me fascinó: me mandaron el guion de golpe sin decirme nada; mi amiga Marta Hazas me dijo que me estaban intentando contactar para darme el guion y que si les podía dar mi teléfono, y al momento lo tenía en el e-mail.
Cuando lo leí deduje que mi personaje tenía que ser el de Luz y no había muchas más opciones. Confieso que me dio entre encanto y miedo porque es mucha la responsabilidad: es ella la que entra en la casa del doctor a descubrir las cosas. Pensé también que el espectador lo iba a seguir todo a través de los ojos de Luz. Además, es muy hermoso porque pasa por muchos sitios y te permite jugar con la verdad y la mentira, lo que muestras y escondes… Es delicado e interesante; es difícil, pero divertidísimo.
También había una parte muy potente de humor, pero inesperada. La gente se lo pasa muy bien: hay veces que, cuando hay poco público, la gente se queda parada, pero cuando hay más “calorcito” se parten de risa. El drama no puede ser solo negro: tiene que tener puntos de luz que contrasten, si no machacas al espectador y tampoco creces. Eso era un gran atractivo. Y, al no saber yo nada, tardé en saber qué buscaba Luz; luego fui elucubrando. Pensaba también en el público que no sabía nada, y ese punto de intriga tan estupendo me sedujo.
Me encantó también que la obra tuviera esa comedia tan liberadora, esa intriga tan interesante que te hace preguntas… También oímos al público hacer esas variantes y ves que lo están viviendo a tope. Luego hay una parte de auténtica tragedia, una tragedia contemporánea con temas muy actuales: quién soy, de dónde vengo, cuál es la verdad, cuáles son mis raíces… Son cuestiones básicas y, como seres humanos, te las planteas muchas veces.
–Y además, sin querer serlo, quizá tu personaje tenga muchos de los momentos más cómicos de la obra…
Muchas veces es un escape de adrenalina: se crean momentos de tanta tensión… Antonio Muñoz de Mesa ha hecho un trabajo fantástico con los tiempos. Cuando te preguntas qué es lícito y la moralidad de las cosas, hay unas mentiras que se barajan y no se sabe si son malas o están protegiendo; hasta qué punto es lícito ir a por todas. Pero si alguien entra en tu casa como Luz, no se sabe si se puede justificar… Cuando empiezas a cuestionarte la moralidad de las cosas, estamos tocando fibras muy interesantes. Como espectador, te enfrentas a cosas humanas que puedes tener tú; cuando lo ves enfrente lo analizas como tercera persona y no es tan brutal ni hace tanto daño.
–Tuvo que ser complejo afrontar una historia tan fuerte…
Cuando empezaba a trabajar el personaje tiramos mucho de hemeroteca, de gente que conocíamos… Para ponerme en su piel no sabía con qué compararlo porque yo no estaba en esa situación, pero recurría a mi adolescencia: saber quién soy yo en este mundo, qué suelo estoy pisando, cuál es mi camino… Tuve una senda por donde ir y, también, la ayuda de gente que me contaba su historia de primera mano y me ayudaba a entender ese vacío y esa necesidad.
–Vivir de primera mano tantos momentos sobrecogedores tuvo que ser muy emocionante.
Hay historias muy curiosas y no todo el mundo quiere saber de dónde viene, y lo entiendo perfectamente. Luego tenemos el personaje de Luz, que tiene la realidad que ha vivido, pero también quiere la que le ha sido negada y quiere conocer. Es muy curioso porque sabes cosas de la vida del doctor Nieto, pero Luz llega ahí: no sabes de dónde viene, adónde va, de qué trabaja… pero busca una llave más importante. Yo quería saber adónde llega y por qué. Hubo partes del personaje —de su biografía más inmediata— que me salté porque no me servían de nada; en otros proyectos sí, pero aquí no.
–Luego es muy emocionante la resolución y el final…
Luz llega con una idea y un objetivo. La cuestión de Luz es lo que se encuentra: desde una Olvido alocada que desvía su atención, a un Julio que no pensaba encontrarse de esa manera, y un doctor Nieto que tiene un juego divertidísimo con él. Me pareció muy interesante. He dependido de la escucha de los compañeros en cada frase, cada segundo, cómo se dicen las cosas…
–Además, con las historias que tienes con cada uno se podría montar una obra aparte.
Y cómo tiene que reaccionar con cada uno de ellos me parece muy interesante. Pocas veces coincido con más de dos personajes a la vez: coincido con todos, pero no constantemente. Hasta el final, donde se descubre todo, no estoy con todos a la vez, y eso me permite jugar a las diferentes caras de Luz para llegar a donde quiere llegar.
–Es muy interesante poder ver todos los estados distintos que muestras…
Decidí vivir cada instante de Luz con cada cosa que se encuentra a cada momento.
–Luego la escenografía también es otro gran elemento.
Quedaba muy titánica y yo me sentía muy pequeña. También impresiona mucho ese retrato del doctor Nieto: así empiezo y acabo la función, mirándole a los ojos con dos miradas distintas.
–El teatro Fernán Gómez es uno de los que más imponen.
Se va adaptando a diferentes espacios. En Torrejón era más comprimido y daba una sensación de angustia al ver elementos tan grandes en un espacio tan pequeño. Tú te adaptas y hace que te ayude el espacio.
–Pero quizá, para esta obra, cuanta más angustia mejor.
Claro.
–Es, sin duda, una obra para todos los públicos, con un tema muy actual del que hemos podido ver muchas versiones, pero esta es distinta y especial.
Este punto de vista de Luz es muy curioso: no conoces a qué va la chica y estás viviendo el drama, y pasa bastante tiempo sin saber claramente qué hace. Hasta que lo descubres, te toca esperar bastante, porque sale en la escena novena de dieciséis que tiene la obra, pasado el ecuador ya. Mientras tanto, tú vas elucubrando sobre lo que pasa.
Es un punto de vista con el que no puedes juzgar tan de antemano. Te da permiso para conocer y querer a los personajes antes de saber qué está pasando. Todos los personajes te enseñan muchas caras: la Olvido sumisa y la manipuladora; el doctor juguetón, dañino y déspota… Vas viendo las diferentes caras y sintiendo cosas muy dispares. El más claro y limpio es Julio: no miente en ningún momento. Los otros tres estamos manipulando constantemente y mostrando diferentes caras.
Como no llegas a juzgar antes de saber qué está pasando o qué sabe de este tema, no hay tantos “malos y buenos”: resulta más difícil.
–Será interesante para vosotros observar desde fuera cuando no estáis en escena.
A mí apenas me da tiempo, porque cuando no estoy me estoy cambiando rapidísimo. De dieciséis escenas, no estoy en tres.
–Yo creo que a los que menos podemos ver es a Asunción y a Liberto.
Ahora mismo no lo he pensado. Estoy en tres que no estoy, y en muchas están enlazadas, sigo en el mismo escenario cambiando de escena. Sí que me da tiempo a escuchar e ir notando los cambios. Disfruto mucho en las escenas con Carlos y Asunción: es un tesoro. Lo hacen todo tan maravillosamente… Son una pareja maravillosa y las escenas están escritas de forma fantástica: puedes imaginar la vida que han llevado los dos, lo notas.
Asunción tiene un personaje maravilloso: no es que sea “mala”; te preguntas qué es y qué somos todos. Que te haya tocado en su tiempo y meterte en ese embolado… no se puede defender, pero en los ensayos hemos tenido esta prerrogativa. Me río mucho en la obra —y no está en el guion—, es que no puedo evitarlo. A nivel analítico, te encuentras que las funciones van pasando y, en mis escenas con Carlos, son las que más disfruto y están muy vivas: nos “picamos” mucho y nos sentimos tan libres que jugamos a eso. Es un león y duro de roer; me está poniendo las pilas. Es muy divertido y tiene una energía maravillosa; además es Leo, con ascendente en Leo.
–Los momentos más violentos de Carlos hacen bastante gracia, pero luego tu ánimo cambia…
Está muy bien hecho porque te ríes y luego sientes el dolor de todo esto y te cuestionas todo. Es una joya que regala una reflexión, y esa es su magia.
–Debe de ser difícil tratar un tema tan complejo y delicado.
Hay gente que ha estado y que ha vivido el tema de cerca, y les ha tocado mucho… Es complicado tratar un tema tan difícil. Alegra saber que no hemos ofendido a nadie y que lo han visto con amor. Se han reído también… Tranquiliza mucho.
–¿Alguna anécdota en especial?
Sí. Hay gente que ha vivido la función como si estuviera en su casa. Hubo un día muy crítico: algunos comentarios divierten, pero vino un grupo de gente mayor que parecía un grupo de adolescentes desaforados. Ese día nos dolió mucho: estaban “jugando” con la función, haciendo chistes, diciendo cosas en voz alta como: “¡Mira qué cachondeo tengo encima!”. Nosotros somos delicados en un escenario, estamos muy expuestos. Luego, a veces, te encuentras al típico con el móvil que suena; el que suena y no lo apaga; o el que contesta; o algunos que dicen: “Pues yo conozco a esta actriz y no es coja”. Ese día fue tremendo: hacían chistes en los momentos de más tensión porque estaban en grupo y de juerga. Una señora, en momentos de pausa y silencio, chillando, que no se oía…
Queremos que la gente lo viva, disfrute, que no pueda aguantarse un comentario… pero sepamos —o no— lo que es un teatro: no es la tele; estamos en un estado de concentración que, si se pierde, se pierde la calidad del espectáculo. No es tan difícil de comprender. Uno espera una cosa y, luego… A veces hace gracia y otras hace daño.
Al fin y al cabo, estamos operando a corazón abierto. Representamos emociones humanas para regalar entendimiento, reflexión, identificación, historia, antropología… Igual le doy una importancia que no es para tanto y es el sentido que le doy a lo que hago y que me gusta sentir cuando veo teatro como público.
–Y es que realmente nunca sabes lo que te vas a encontrar…
Es lo bonito del teatro: pasa de todo y ahí seguimos. Y, además, nos gusta lo que hacemos; no todo el mundo lo puede decir. Hacer una profesión que amas… Si no, apaga y vámonos. A mí nadie me ha obligado ni me ha puesto una pistola en la cabeza para que lo haga; mis padres no me han obligado ni a una cosa ni a la otra.
–El título de la obra también ha cambiado, antes teníamos “La mala memoria”. ¿Qué te parece el cambio?
Hubo un estudio de mercado tardío: como nombre era muy bonito, pero creaba mucha aprensión a un público determinado. Tampoco queríamos contar mucho más de este tema ni cerrarnos. No merecía la pena.
–¿Conocías al resto del reparto anteriormente?
Con la única persona que había trabajado era con Asunción, a los diecinueve años, en una película llamada Felicidades, Tovarich, y ella tenía una escena impactante que me dejó muy tocada. Paco Rabal nos acompañó todo el rodaje y me enamoré inmediatamente de ella. Es de las personas más maravillosas de esta tierra. Trabajar con Asunción es un absoluto regalo: tanto el trabajar con ella como verla. De naturalidad, de fuerza… Estimula mucho estar con ella. Es buena, dulce, inteligente, culta… no tiene “pajas mentales” y te dice tal cual cómo son las cosas. Es pura humanidad.
–Habrá sido un reencuentro precioso…
Me puse tan contenta… A Carlos le conocía de muy poquito, pero es de esas personas que, con saludarle dos veces, parece que forma parte de tu vida desde siempre; y ahora lo es. Es un regalazo y un gran confidente. Me ha ayudado mucho y con toda la humildad: te coge, te analiza, dispuesto a probar cosas nuevas y a un trabajo mano a mano, a jugar, a hacer… Hay momentos de química que pasan entre actores, y en televisión lo viví muy claramente con Marta Hazas en Bandolera. Juntas seguíamos la lógica, nos escuchábamos, fluían solas; le dábamos mucho más sentido que a primera lectura… No lo preparaba porque con ella todo salía, y mucho más interesante además.
Puede ser raro porque es lo que soñamos todos que pase con nuestros compañeros. Es un relax porque, si sale mal algo, le miras a los ojos y todo pasa. Nos miramos a los ojos y nos dejamos llevar y, a partir de ahí, que pase lo que tenga que pasar. Pasa algo y lleno de energía. Eso siempre se sabe y se ve —aunque lo tiene que contar el público—. Sí que han comentado que, de mis escenas, se disfrutan más las de Carlos o alguna con Asunción, con las acusaciones, la verdad, cuando me machaca…
Al principio nos costaba mucho mantener —por parte de las dos— una seguridad y una entereza muy firmes, pero nos emocionábamos y no ayudaba nada. Nos cuesta mucho porque nos miramos y ella tiene un corazón tan grande que ve a la persona, vive y disfruta con ella… hasta que cogimos el toro por los cuernos y ahora lo disfruto mucho.
–Tu juego con Liberto Rabal también es complejo.
Con Liberto ha sido seguir buscando sobre la marcha, porque era la relación menos clara y la más complicada: se mezclan muchas cosas con la información que se tiene. Esa posibilidad de utilizar al hijo para mantenerme en ese sitio… Manipulo al hijo y al padre, y sienta mal. Él es un vehículo, pero no se lo merece porque es una persona buena.
Mi relación con él se basa en la vergüenza, fundamentalmente. Ella, viendo a Julio, se da cuenta de que no lo está haciendo bien.
–Es una gran historia y, además, en tan poco tiempo cuenta muchísimas cosas.
Luego ves a Antonio —tan buena gente— y ya le dices: “Oye, ¿qué tienes en la cabeza para hacer esto?”. Además es tan majo… hace cosas tan graciosas y hasta teatro infantil… Me ha encantado trabajar con este equipo: es maravilloso y he aprendido mucho.
Luz es una mujer que quiere tener claras sus raíces, y eso ayuda a tener los pies sobre la tierra; pero, a la vez, es “coja”: hay que jugar con esa cojera y con que no está bien asentada; pero, con el cuerpo, está armada de cemento armado. Estas cosas ayudan mucho a construir.
–¿Qué otro personaje te hubiese gustado interpretar sin importar sexo o edad?
Como mujer, me gustaría que esta obra se repitiese dentro de muchos años para hacer de Olvido, pero el gran “bombonazo” es el Doctor. Es muy difícil porque estoy muy contenta con Luz y es la que guía la obra.
–Además, todos sois protagonistas.
Hay una estructura clara de protagonista y antagonista, pero todos están muy bien marcados. Julio desvía del objetivo principal sin tener ni idea, y Luz no contaba con eso; pero al final, de alguna forma, lo utiliza también. Es un puzle completo, con mucho color además.
–¿Cuál ha sido el mayor placer y el mayor desafío de la obra?
El mayor placer: poder centrarme en la escucha en momentos muy determinados de la función y también en la mirada. Hay un punto —siempre— de miedo en nuestro trabajo que no se debe perder porque te mantiene alerta y te estimula; pero ese momento de poder perderte y dejarte llevar —que, sobre todo, me pasa con Carlos— es el mayor disfrute. Con esa relajación he descubierto unas posibilidades, unos tonos y unas intenciones mías en el trabajo actoral que no habría imaginado. He crecido mucho trabajando con Carlos.
De mi padre lo aprendí y sigo haciéndolo de mi tía Susi Sánchez: si hay algo que va mal o no entiendes, hay que relajarse, observar y aprender; así siempre vas a tener más oportunidades. Así como digo que el placer es dejarme y abandonarme con el compañero —trabajar mirando y escuchando—, el reto es hacer lo contrario: tener que aprender, en un momento dado, a ignorar lo que tengo delante para mantenerme en mis trece a pesar de lo que sea. Son las cosas más opuestas, pero las he vivido a la vez en la misma función y, en algunas escenas, incluso a la vez.
Como siempre tiendo a llevarlo todo a mi terreno y beneficio, a las cosas más difíciles y desagradables les saco un provecho para seguir creando. Cuanto más vea y aprenda —más vivencias y emociones—, más información tengo para mi personaje. Con estas cosas se crean unos mensajes “metafísicos” muy absurdos: nuestro trabajo es sota, caballo y rey, y tener que representar vivencias. Todo lo que hayas sentido hay que reciclarlo. Hay una distancia y no hay que hacer una regresión: forma parte de tu DNI y hay que reutilizarla.
–¿Cómo es para ti interpretar a varios personajes a la vez con distintas personalidades?
Ahí sí que no tengo problema. En este caso, los personajes son muy distintos, pero no suele ser un problema para mí. Cuando estaba en Bandolera e hice muchas obras entre medias, en el proceso de ensayo tenía que estar memorizando y luego grabando Bandolera. Estás agotada, pero tu cabeza sabe compartimentar.
–Sería agotador al ser una serie diaria.
Pregúntaselo a Marta: tenía muchísimas secuencias diarias. Yo tenía como meta ser la ayuda de Marta en lo que necesitase. Me costaba memorizar mucho al principio, pero todo fue acostumbrarse y pasar a otra velocidad. El cerebro es otro músculo más y también hay diferentes tipos de memorización: el teatro se mantiene en la recámara —aunque no me acuerde de otras obras—; si las leo, me acordaría otra vez. En las series diarias las estudias y luego las borras. Nada: es gimnasia.
–¿Ha ido cambiando mucho la función?
Llegamos a Madrid con muchos cambios en el libreto porque eran necesarios. A veces hay cosas difíciles de decir, por muy bien escritas que estén. Nosotros somos muy respetuosos y haces una escena una y otra vez hasta que sale, pero Antonio nos adaptaba para que pudiésemos sentirla nuestra y decirla a nuestra manera.
Lo bueno es seguir sintiendo la sorpresa con esta profesión: así puedes seguir años y años. El día que no lo sientas, qué mal: ya no sigues creciendo y te envicias. No hay actor que pueda hacer su trabajo cuando “te lo sabes todo”. Nosotros nos seguimos poniendo nerviosos: ver qué te vas a encontrar en el público… No nos aburrimos.
–¿Prefieres los personajes cercanos o alejados a ti?
No lo sé. Hay algo que no sabes describir: de pronto lo ves y lo sientes; sientes tu piel en esas emociones. Creo que es eso: hay que sentirlo y está claro. Hay veces que te equivocas, y lo ves. Normalmente hay una especie de inmediatez. Y sí que es verdad: también hay una predisposición a encontrar en ti todas las cosas que tienen que ver con ese personaje. Siempre encuentras una empatía con algo que hay, e incluso cuando haces un personaje que no podrías “defender”, llegas a entenderle y lo sientes; si no, es impostura y otra cosa.
Es un trabajo del artista: abrir recursos emocionales y poder llegar a entender y sentir otras cosas. Luego tiene que ir acompañado de una técnica absoluta que te salva de muchos “marrones”: una cosa te lleva a la otra y es importante.
Hay que jugar con el cuerpo y saber tus capacidades y posibilidades. Cada cosa te requiere una manera y poder jugar con ella al máximo. Para eso está la técnica: para hacerte pensar más, sentir más, conocer el límite, no contentarte con lo mínimo… No quiero pensar que haya límites: seguir aprendiendo y estudiando es divertido; te abre más, tu cuerpo y tu ser empiezan a ser más flexibles a todo lo que tengas por delante. Todo sale más fácil: es la second nature, como dicen en inglés.
Tengo todavía mis maestros que me ayudan y mis compañeros que me fascinan: sigo aprendiendo de ellos.
–¿Y de tus referentes, qué me contarías? Tanto actuales como clásicos.
Mi madre me llevó a ver, siendo muy pequeña, El estanque dorado. Yo ya sabía que quería ser actriz sin saber por qué, y cuando vi a Katharine Hepburn me quedé loca con su libertad física, su libertad corporal, la libertad del espacio, del ser… Me volvió loca. Le dije a mi madre que quería ser actriz para ser como ella: esa elegancia en la comedia… me fascinó.
Bette Davis también. Siempre me ha encantado Hepburn, pero mis películas favoritas son de Davis.
En la actualidad hay cosas que veo y me impresionan: no sé cómo lo hacen. Por ejemplo, cómo puede Cate Blanchett entregarse de esa manera para hacer Blue Jasmine: qué maravilla y qué cosa tan alucinante. Yo cada vez voy observando más: cómo canta, cómo dice, cómo hace, cómo parece que no le cuesta nada… Hay veces que veo películas y no recuerdo cómo van porque me he quedado alucinada de cómo lo hacen, y así me encanta volver a verlas una y otra vez: no paras de descubrir. Es una mezcla de admiración-envidia-fascinación conjunta.
Mi tía Susi Sánchez ha estado nominada al Goya con 10.000 noches en ninguna parte y se ha llevado el premio de la Unión de Actores. Se notan sus años de experiencia, de amor al trabajo, de valentía, de entregarse pase lo que pase. Qué cosa tan arriesgada, tan brutal, tan hermosa… Se me llena la boca hablando de esta gente. Por eso me gusta seguir aprendiendo y yendo a clase: la búsqueda de la excelencia y no conformarse. Disfruto mucho, pero para mí esto es muy serio, y me encanta que siempre haya más: que puedas aprender más y seguir mejorando…
Entrevista realizada por Esther Soledad Esteban Castillo. Madrid.

